La última vez que hicimos la bolsa de jugar fue contra el CAU allá a finales de febrero de 2020. Cómo íbamos a saber que nos iba a costar un año y medio volver a ponernos de corto. Mucho tiempo, y no solo eso. A los problemas de la pandemia había que añadir la falta de entrenamiento (que lo mismo es más una seña de identidad nuestra que un problema) y el propio paso del tiempo, que para los que ya estamos descendiendo por la cara B de nuestra vida podía hacerse complicado.

Pero no. Llegó el gran día, nuestro primer partido de la temporada, en casa, con un tiempo estupendo y la grada llena de gente, y era como un sueño. Habíamos vuelto.

Y no solo es que hubiéramos vuelto. Es que la mayoría de nuestros compañeros, nuestros hermanos de tantas batallas, estaban allí también. Que habíamos repescado al bueno de Alex Melle, que a los problemas de la vida los mira de frente y les saca un dedo. Que habíamos incorporado a nuevos viejos rockeros que tienen el mismo amor y actitud ante este deporte que nosotros: Emilio y Thomas.

Y que para redondear el acta hasta ese número mítico de 23 jugadores que tanto nos costaba alcanzar en el pasado teníamos a cuatro jovenzuelos recién llegados a la edad en la que ya se puede votar y que estaban dispuestos a dejarse todo en el campo. Y a título personal diré que uno de ellos es mi hijo mayor, y que el orgullo y la satisfacción que se siente compartiendo campo de batalla es muy difícil de expresar.

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Aunque estos jóvenes nos estropeaban un poco las estadísticas, también os diré que la media de nuestro equipo hoy andaba en unos muy serios 42 años y en 89 kilos, que nuestras buenas cañas y tapas nos ha costado conseguirlos.

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¿Y el partido? Pues competido. Ellos siempre fueron por delante en el marcador, sobre todo gracias a aprovechar con velocidad algunos errores nuestros, pero a base de pico y pala, de culetazo y barrigazo, nosotros tampoco le perdíamos la cara al partido.

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Puede resultar difícil de entender que fuéramos capaces de llevarnos nuestras touches, teniendo en cuenta la absoluta falta de entrenamiento o simplemente práctica durante un año y medio. Vaya usted a saber, pero la cosa no iba mal.

Tampoco iba mal en melé, donde la experiencia y las lorzas se notan y se hacen valer.

Otra cosa es el juego abierto, en el que algo más de fondo y velocidad no nos hubiera ido mal. Los jóvenes corrían lo suyo y también lo nuestro, pero no disfrutaban precisamente de apoyos cercanos en todo momento.

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Si hubiéramos estado un poco menos imprecisos quién sabe si podríamos haber ganado, pero no supimos hacerlo. 24-31 para los Jabatos, aunque nos quedamos con el buen sabor de boca de ver que somos capaces de más y con dos puntitos bonus que nunca se sabe lo bien que nos van a venir.

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Mención especial merecen los dos ensayos de nuestro pichichi Moni, que sabe usar su estilizado cuerpo como ariete cuando hace falta, y al tremendo placaje que se marcó Melle, que ya era el último defensor ante un jabato que venía a toda velocidad y fue capaz de abrocharle una grapa que paró en seco la jugada y dejó al pobre chaval boqueando como una lubina fuera del agua.

Para terminar, animado tercer tiempo con los mostoleños, que son unos chavales muy majos.

La semana que viene nos vamos a visitar al Alcalá B, que está de líder, pero a estas alturas nada nos da miedo ya. Reposo e ibuprofeno, chavales.

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Me duele todo el cuerpo, pero no me puedo quitar la sonrisilla de la cara de lo bien que me lo he pasado volviendo a jugar con vosotros.

Pato